Recordar para no olvidar. 24 de marzo de 1976, fecha que dio inicio a la última dictadura cívico militar que golpeó a la Argentina. Por medio del Plan Cóndor, Estados Unidos promovió acciones sobre Latinoamérica para impedir que los procesos democráticos o los movimientos de diversas ideologías se alinearan con ideas comunistas de la Unión Soviética. Estas acciones dieron comienzo a uno de los planes sistemáticos de tortura, terrorismo y genocidios más sangrientos de la historia argentina. Hasta 1983, fecha del retorno a la democracia, el poder político fue ocupado por la Junta Militar comandado por las Fuerzas Armadas.
Estas acciones que se llevaron a cabo por parte del gobierno de facto incluía el secuestro, torturas y ejecuciones clandestinas a miles de personas por su ideología pero también por ser gays, lesbianas, bisexuales, trans o travestis; se puso en marcha un plan para la apropiación sistemática de bebés nacidxs en cautiverio de las mujeres detenidas-desaparecidas que se encontraban en los centros clandestinos de detención, esto involucró a militares, empresarios, funcionarios del Poder Judicial y grupos vinculados a la Iglesia. El plan sistemático del terror determinó la desaparición forzada de 30.000 personas, que todavía seguimos buscando.
Durante esos años, fueron las madres y las abuelas de lxs desaparecidxs, que con sus pañuelos blancos se pararon enfrente del terror y comenzaron una lucha histórica que se mantiene hasta nuestros días. Las mujeres con sus miedos, angustias y preocupaciones por saber dónde estaban sus hijxs y sus nietxs, pero también con valentía, con fuerza y convicción se levantaron y enfrentaron a la feroz dictadura, y se constituyeron como las Madres de Plaza de Mayo. Su objetivo fue y es recuperar a lxs detenidxs desaparecidxs, pero también reconocer a los responsables de los crímenes de lesa humanidad y promover su enjuiciamiento. Las Abuelas de Plaza de Mayo buscan localizar y restituir a sus legítimas familias a todos lxs bebés, niñas y niños apropiados por la última dictadura cívico militar, que aún quedan cientos sin reconocer.
Recordar para no olvidar. Recordar para no callar. Recordar para no abandonar
Como cada 24 de Marzo desde aquel 2002, donde se designó este día para conmemorar el Día Nacional de la Memoria por la Verdad y la Justicia, los organismos de derechos humanos, las asociaciones civiles y miles de personas marchamos en toda la Argentina recordando a lxs detenidxs-desaparecidxs bajo la consigna #NuncaMás por la Memoria, la Verdad y la Justicia, este 2020 tiene un tinte particular donde nos encuentra a todas las personas resguardándonos en nuestras casas para cuidarnos individual y colectivamente de un “enemigo invisible” como dijo el Presidente Alberto Fernández por cadena nacional el 13 de diciembre, el Coronavirus (COVID-19).
Por tal motivo y para no olvidar el terror en el que la sociedad argentina se encontraba en aquellos años del 76, desde el área de Género y Diversidad Sexual de Xumek, le realizamos una entrevista a Mariu Carrera, actriz y escritora, miembro de Familiares de Detenidos Desaparecidos por Razones Políticas de Mendoza, y a Silvia Ontiveros, quien fue detenida en el ex Centro de Operaciones D2 . A quienes agradecemos por su tiempo y acompañamos con un fuerte y cálido abrazo de lucha.
MARIÚ
GYD: ¿Qué significa para vos Memoria, Verdad y Justicia?
M.C: Memoria, Verdad y Justicia es el significado primero y último de nuestra lucha. Es lo que nos sostiene desde hace 44 años y que se re-significa y se profundiza precisamente con el paso del tiempo y las acciones que nos proponemos.
GYD: ¿Cómo fue para vos, siendo mujer, en una sociedad violenta y patriarcal unirte a la lucha y militancia en aquellos años?
M.C: En realidad esa conciencia de «yo mujer» ha surgido tiempo después, fundamentalmente porque aquellos años fueron de militancia de compañeros y compañeras, de colectivo y horizontalidad, de comprender que la lucha para hacer del mundo un lugar mejor para todxs nos requería juntxs. Por otro lado, nuestra militancia en el Partido Revolucionario de los Trabajadores fue de conjunto.
GYD: ¿Cómo fue la mirada de la sociedad hacia vos, que pudiste percibir, por tu condición de mujer, por poner el cuerpo para la lucha y militancia en aquellos años?
M.C: Por cierto que la sociedad, la familia, quienes nos rodeaban no tenían una mirada favorable pero tampoco la tenían hacia nuestros compañeros varones. Fuimos una generación que se enfrentó a una sociedad conservadora. Sin embargo, entre nosotros y nosotras la vida fue colectiva y los diferentes lugares de la militancia eran llevados adelante indistintamente.
GYD: ¿Cómo vivís hoy las desapariciones forzadas y muertes de tus seres queridos por parte de la dictadura cívico militar?
M.C: Marzo es un mes terrible y doloroso. Es como si en este tiempo hubiese ocurrido toda la tragedia, la desaparición de todos y todas. Nos cuesta muchísimo a quienes tenemos familiares, compañerxs desaparecidxs y a nuestros hijos e hijas; el pasado se hace presente. Se mitiga con la tarea constante y la Memoria que los trae vivxs, luchadores y coherentes. Es en la profundidad del Amor donde se calma el alma, donde se encuentra fuerza para siempre continuar la tarea por un mundo mejor.
GYD: ¿Qué no te pudieron quitar los militares?
OM.C: No existe ningún genocida que pueda separarnos de los que amamos en la medida en que mantengamos nuestros principios: Memoria, Verdad y Justicia. Es lo que nos permite encontrar otros espacios que descubren la anchura de la vida, la realidad de la trascendencia y la razón para continuar la vida.
SILVIA
GYD: ¿Qué significa para vos Memoria, Verdad y Justicia?
S.O: Salir del infierno en 1982 y por impulso y ejemplo de las primeras militantes de Derechos Humanos- DDHH- que cimentaron ese camino en los años oscuros: Madres, Movimiento Ecuménico por los DDHH (MEDH), Liga Argentina por los DDHH. Comencé y comenzamos la tarea difícil, a veces tortuosa, de recordar, de no olvidar lo vivido, y de asegurar en la memoria los lugares, las situaciones, las compañeras y compañeros con que nos cruzamos o nos enterábamos que estaban secuestrados, los abusos sufridos, también recordar las instancias oficiales que estuvieron comprometidas en la creación, gestión e implementación de ese infierno. Declaramos una y otra vez ante los Organismos, con el abrazo inolvidable de Pocha Camín, Beba Becerra y Elba Morales. Aunque cada uno de los recuerdos provocara el dolor de lo vivido fue mayor la esperanza de que al contarlos no quedaran encerrados y envueltos en nuestros corazones.
Percibíamos que los responsables de esta represión y del genocidio, iban a insistir en los fundamentos del siniestro golpe de estado, “enriquecido” con los justificativos demenciales de las razones por las que actuaron así. Establecido de “facto” ese relato, nuestra verdad debía ser contundente, clara, honrada y apegada sin condimentos a lo ocurrido. Nuestro relato iba a ser la contracara del relato de los genocidas. No sabíamos cuándo, ni cómo iba a ser, pero quienes quedamos con vida, nos comprometimos a que el futuro y los contextos políticos que vendrían, nos lo iban a permitir.
Ese día fue llegando de a poco. La Comisión Nacional sobre la Desaparición de Personas, CONADEP, comisión creada por el presidente Raúl Alfonsín el 15 de diciembre de 1983, fue el primer hito importante que nos dio el aliento y la esperanza de un futuro donde podríamos lograr justicia. Donde se establecieron las condenas a la Junta Militar, y donde quedó claro para la sociedad y la justicia que las acciones que llevaron a cabo los militares no fueron excesos, sino que fue un genocidio. De este modo, espaciadamente, comenzaron los juicios en las provincias. Después llegó mayo del 2003, y el Presidente, en ese entonces, Néstor Kirchner bajó los cuadros de los genocidas y pudimos dar pasos más ágiles para por fin avanzar en el sueño definitivo que es buscar y lograr justicia en nuestro país.
Nuestro blindaje principal lo brindaron jóvenes profesionales del derecho que fueron engrosando las filas de la Defensa, de la Fiscalía y que investigaron a fondo los archivos de la memoria donde estaba la verdad. Hoy podemos decir que los logros en la Justicia son ejemplo y modelo internacional.
GYD: ¿Cómo fue para vos, con la condición de mujer, en una sociedad violenta y patriarcal unirte a la lucha y militancia en aquellos años?
S.O: Complicada. De padre conservador, dirigente del Partido Demócrata de Mendoza y con todos los aditamentos patriarcales de la época. Gran lector, a él le debo el amor a los libros pero como me dijo un día: “…al final entendiste todo al revés!” . De madre católica, depresiva, sojuzgada, era imposible que por su conformación ideológica heredada, se cuestionara una vida oscura aislada y sin alicientes.
Pasé por todos los sueños sencillos: empaquetadora de grandes tiendas, patinadora sobre hielo que soñaba en que iba a tener la oportunidad de conocer un príncipe que me pusiera en una carroza para ir a bailar a la fiesta de la reina. Todas las sencillas cosas que leía en mis primeras lecturas de niña que la familia fogoneaba.
Sin embargo, en algún momento mis lecturas tomaron otro camino y fueron a explorar la experiencia de la Revolución Cubana, la guerra de Vietnam y por las canciones de protesta que llegaban por casetes grabados cientos de veces. Cuando salí de la secundaria, conseguí trabajo de inmediato y comencé a estudiar. Las discusiones en la facultad y los conflictos en el Sindicato llegaban a la mesa familiar, a veces con interrupciones, levantadas de la mesa y enojos sostenidos días y días. En ese momento yo no sabía discutir, sólo sabía defender con pasión lo que iba pasando en mi conformación política-ideológica, que cada día se acercaba más a comprometerme en una franja alejada absolutamente de los mandatos que me habían impuesto desde la cuna.
La búsqueda del amor no fue la mejor, fracasó rápidamente, tomé la responsabilidad de ponerle un fin, pero me dio el hijo que me completó como persona y como ciudadana, entendí que debía tener, como nunca, la misión de mejorar las cosas. Me dediqué al trabajo y a la maternidad cuando en nuestro país no había leyes que protegieran a una mamá soltera, que además, esta situación era mal vista. Buscar la independencia en ese momento fue difícil pero fue posible.
Mi padre, mi contracara y mi punch, siempre supo de mis pasos, no fue una sorpresa cuando supo de mi detención y con sus contradicciones y vergüenzas llegó a verme al penal sin mencionar ningún reproche.
GYD: ¿Cómo vivís hoy las desapariciones forzadas y muertes de tus seres queridos por parte de la dictadura cívico militar?
S.O: Mi detención fue en el gobierno de Isabel Martínez con un grupo importante de compañeros y compañeras del Sindicato de ATE. Se produjo la primera pérdida importante y dolorosa: Marcos Ibáñez ya en la cárcel y Miguel Ángel Gil, al lado nuestro mientras estuvimos secuestradxs. Su llanto de dolor por la tortura, su desesperado pedido de ayuda, ya desvariando y en esa pérdida de conciencia “hablar con su madre” y decirle que tiene frío, todo esto lo fuimos escuchando hasta que se lo llevaron, es inolvidable y sobre todo, imperdonable. Fundamento poderoso en donde nos comprometimos a buscar justicia.
En la Cárcel muchos años mantuvimos, como las Madres de Plaza de Mayo, alguna esperanza de saber qué pasó, dónde están. Algunos familiares comprendían nuestra necesidad de saber, otros pensaron que mejor era “cuidarnos”. Pero la información que llegaba, cierta, agrandada o achicada la compartíamos. La cárcel también fue una experiencia horrorosa, vital y aleccionadora pero lejos de aniquilarnos, nos fortaleció y acá estamos.
Al salir, fuimos preguntando, buscando a nuestros compañerxs de lucha, conectando con el exterior para saber más. En los Organismos ya habían listas que recorríamos una y otra vez. También supimos de compañeras a quienes les habían robados sus bebés.
El espanto sobre el espanto.
No tuve familiares ni amigos o amigas cercanas en esa situación. Sin embargo, tengo 30.000 mujeres y hombres que son hermanas y hermanos y duele por igual.
GYD: ¿Cómo fue ser mujer durante ese proceso de secuestro?
S.O: Es el punto más horrendo y como siempre, me cuesta hablar en singular porque no sólo me pasó a mí. Seguido del maltrato de palabras comenzaron las situaciones más horrorosas: los tocamientos y las violaciones individuales o entre varios.
El proceso de reconocer, expresar y luego denunciar las violaciones no fue inmediato.
Al principio eran torturas de picana y submarino.
En la cárcel fue difícil también, porque el objetivo era salir en las mejores condiciones, por eso nos dedicamos a estudiar, hacer ejercicios, escribir y recibir cartas, hacer poemas, dibujos, cuentos para hijas e hijos que era muy chiquitos, compartir los conocimientos; en síntesis pelearle al infierno. Mantener la cabeza ocupada, ese era reto, poco o nada hablábamos de las situaciones más difíciles en las detenciones.
Tuvimos la oportunidad que la Cruz Roja recibiera a las Delegadas en Devoto. Consulté muy angustiada sobre nuestros atrasos, algunas mencionaban tímidamente que habían sido violadas, mientras que otras simplemente decían “tengo un atraso”. De a poco habíamos ido mostrando angustia porque no llegaba el periodo y con ello la gran pregunta: ¿era embarazo? ¿Qué significaba quedar embarazada producto de una violación?
La Cruz Roja despejó el tema y ayudó a que pudiéramos comenzar a tener menstruaciones cada vez más normales, a partir de la explicación del fenómeno “Amenorrea de guerra”, conocida por ser una disfunción generalizada en mujeres en contexto de encierro. La organización nos explicó que habían estudios que mostraban que ante una situación de violaciones como las sufridas en las guerras, invasiones, etc, las mujeres habían mostrado una virtud única colocando una barrera vital con lo cual no era posible que se produjera el embarazo, contrario a tanta novela que habla del Síndrome de Estocolmo. Imaginen lo que hubiera sido en esos años de encierro, en donde luego supimos que la mayoría de mujeres fuimos violadas, haber dado a luz a cientos de bebés en ese contexto. Saber sobre la existencia de la amenorrea de guerra y procesarlo durante tantos años, me hizo valorar el amor y el respeto a nuestro género.
Era claro que violarnos y manosearnos mientras nos insultaban era la forma de hacernos “pagar” por ser mujeres y por haber desobedecido los mandatos. Había que disciplinarnos y hacernos entender que habíamos tomado un camino equivocado, su función: recuperarnos para una sociedad que nos necesitaba madres, hijas, esposas ejemplares. Sino qué otra justificación tendrían esos varones de violar mujeres sucias, hambrientas y casi moribundas.
GYD: ¿Qué no te pudieron quitar los militares?
S.O: Los militares no me pudieron quitar las ganas, los sueños, la porfía, y la absoluta seguridad de que esos sueños tan nobles, tan puros y tan justos sigan hoy vigentes.